miércoles, 19 de marzo de 2008

Otro país europeo: Italia

Me decidí prácticamente de un día para otro. Tenía que visitar otro país de Europa y elegí Italia. Al principio me llamaba la atención ir a Roma, por ser uno de los lugares más visitados por los turistas, pero después, me atrajo algo diferente, algo que jamás podría ver nuevamente, sobre todo por su peligro constante a desaparecer entre el agua: Venecia.
Me fui un jueves a las 5 am a esperar un taxi que me llevaría a la parada del autobús para llegar al aeropuerto de Sevilla. La verdad, iba nerviosa, viajé sola, a un país que en mi vida había visto antes, con idioma diferente y además, esperando que todas las reservaciones de avión y hotel, siguieran vigentes, sobre todo por no estar acostumbrada a manejar todo por internet (la desconfianza mexicana del internet). Pero todo salió bien, mi vuelo estaba comprado, subí al avión, emocionada, viendo por la ventanilla nuevos territorios, nuevos países…y al final: Venecia!. El aeropuerto está lejos de la ciudad, por lo que tomé un autobús que me llevaría a la Piazza le Roma, desde donde tendría que tomar en vaporetto (o sea, el autobús acuático), para llegar, preguntando, al hotel . Todo me salió bien, aunque orientarse en una ciudad donde lo que ves es un gran canal de agua, rodeado de lado y lado por grandes palacios, es en realidad algo que hipnotiza y te olvidas de a dónde ibas. El hotel, creí que estaba abandonado, era un edificio alto, con la fachada descompuesta (que en realidad así se ve en general todo Venecia), y de momento pensé que tendría problemas porque me imaginé que iba a tener que buscar otro hotel. Pero no, toqué el timbre y se escuchó que el seguro de la puerta de destrabó. Era una puerta enorme de madera, muy pesada, que rechinaba al abrirla…en efecto, ¡como de película de terror! En fin que con mi español lento y el italiano claro del recepcionista, me asignaron mi cuarto, el 310. Tercer piso, sin elevador y a subir con la maleta por pasillos estrechos con escaleras…y de pronto…oscuridad total. Se apagó la luz, y mi corazón empezó a latir muy fuerte, no sé si del cansancio de subir con la maleta, pero más bien creo que se me combinó con el nervio de no saber para dónde subía, hasta que encontré un apagador y lo encendí. Gracias a eso, mi corazón dejó de latir tan rápido. Caminé por otros pasillos hasta llegar a mi habitación, la cual, por cierto era bastante modestita, 2 camas individuales, un buró pequeño, un closet que al abrirlo salió polvo y una ventana vieja, que cuando la abrí salieron muchos animalitos “de humedad” como les dicen en mi pueblo, pero en fin!...era mi cuarto por 2 noches, y tuve que adaptarme a subir y bajar, tranquilizando los nervios que las películas de terror dejan en la cabeza. Aquí está una foto de la puerta de entrada y el nombre del hotel “Collegio Armeno Moorat Raphael”
Saliendo a la calle, abordando el vaporetto, todo empezó a ser diferente, hermoso. Tanta agua, como bien lo imaginaba, sí influye sobre el ánimo, sobre la sensibilidad, y en realidad me sentía muy relajada. Sin prisas y con pausas, caminaba por las calles, asombrándome de cuanto paisaje veía, tomando fotos de todo lo que me quería llevar de ahí. Dándome el tiempo de observar, de escuchar, de sentir el sol, el viento frío y de probar los helados maravillosos que hacen allá.
Venecia es una ciudad 100% turística, se ven muchos japoneses, españoles, franceses y muy pocos latinos. De hecho a mí me confundieron con española y con cubana. En general, los italianos son muy amables, todos son muy sonrientes y parece que los latinos les agradamos porque yo sólo recibí buenos tratos y muchas sonrisas. La artesanía que más venden son joyas y accesorios de cristal murano y cientos de diseños de máscaras de todo tipo, que se usan en los carnavales, que son de los más famosos del mundo por su vistosidad. Hay muchos artesanos que se dedican a fabricar las máscaras, de todos colores, diseños y en realidad, muy vistosas y hermosas. He aquí una foto de una de las tantas vitrinas que invitan a quedarse parado frente a ellas un rato para no perder detalle de una sola máscara.
La comida, bebida y en general, todo, es carísimo. Por ese lado, sentí que extrañé Sevilla. Pero por supuesto, no pude evitar comer pizza, espagueti, helado, vino tinto, vino blanco y vino caliente. No podía irme de Venecia y decir que no había probado sus especialidades. Así que cumplí. En realidad, he de confesar que me gusta más el espagueti de mi mamá, y la pizza, es mejor que la de Domino´s, pero tampoco fue una cosa extraordinaria. Lo que sí son buenísimos son los helados, y son más baratos que todo lo anterior (1.50 euros), por eso, tuve que optar por llenarme de helado para no quedarme con hambre. Lo que también es riquísimo, es el vino caliente, que de momento no se antoja probar, pero una vez que le das el traguito…se siente tan bien en la garganta, que apetece seguirlo tomando, solo que el minivasito cuesta 2 euros.
En general, cualquier foto que se tome en Venecia, sale bien. Todas parecen escenas de película o sacadas de un póster. Desde las calles angostas, las góndolas, hasta los palacios y los pequeños puentes. A diferencia de lo que pudieran pensar muchas personas sobre Venecia como una ciudad muy romántica, a mí en realidad me dio la impresión de ser melancólica, incluso un poco oscura. Hay partes, en las que parece que todo está a punto de desbordarse en el agua. Se ven muchas fachadas antiguas, deterioradas por la humedad y llenas de musgo. Sin embargo, eso también la hace especial.
Tampoco pude perderme un paseo en góndola, que aunque caro, repartiéndome el costo con un grupo de chicas españolas que encontré ahí, porque el paseíto de media hora (que en realidad son 20 minutos), cuesta 60 euros. Si creen que los gondoleros (los que conducen la góndola) cantan, pues están equivocados, no cantan. Sólo van comentando sobre algunas de las casas que se ven durante el trayecto, la casa de Cassanova, la de Marco Polo, los teatros, etc.
En fin, fue un viaje muy bueno, lleno de nuevas experiencias, de abundancia, de tranquilidad, de descanso y de asombro constante.